Lo aprendido de las clases virtuales

Al comenzar esta reflexión, queda más que comprobado que las clases en línea tienen severas limitaciones y hacen un proceso de aprendizaje que, con una “socialización” tan limitada, queda basado sobre un cimiento muy frágil. Por otro lado, es poco el reconocimiento y agradecimiento que los maestros comprometidos hacen en este tiempo. Así como se hicieron reconocimientos casi románticos a los médicos y enfermeras, todos ellos muy merecidos, lo mismo merecen todos los que forman parte de la comunidad escolar y son educadores.

Las crisis, como la que estamos viviendo, son un regalo envuelto de una forma muy extraña, hasta dolorosa y desconcertante. Dentro de esta crisis, sin saber si ya hemos pasado lo peor o no, el mayor aprendizaje es comprender y valorar lo que es realmente importante de lo que era accesorio y no nos habíamos dado cuenta, como las rémoras que se van pegando al caparazón. La crisis nos ha demostrado la fragilidad de la humanidad y ha puesto violentos límites al supuesto poder que teníamos para construir seguridades. Puestos en el camino, creo que lo más importante será educar a nuestros niños y jóvenes para su futuro, un futuro aún más incierto, de tal forma que miren a la incertidumbre con desfachatez y valentía.

Me permitiré compartir algunas reflexiones sobre lo que puede hacer funcionar de la mejor manera el aprendizaje en línea.

Primero, tener presente que el mayor peligro es buscar emular la escuela como la conocíamos, tratando de llevar a cabo actividades, proyectos e iniciativas como lo hacíamos en aquel añorado tiempo de compartir en las aulas. Aquello que funcionó muy bien en las clases presenciales puede que sea contraproducente en las clases virtuales. Los educadores necesitamos reinventarnos y evolucionar de forma constante.

Segundo, el aprendizaje es un proceso social y durante las clases virtuales donde no contamos con este elemento como antes, para muchos niños ha perdido el gusto de encontrar a los amigos y compartir tiempo y espacio como parte del proceso de aprender. Puesto que esta interacción social se ha perdido como la conocíamos, se hace necesario buscar nuevos medios de interacción a través de las sesiones virtuales. Estas interacciones pueden ser de tres tipos: verbales, que pueden ser muy ricas, pero en ocasiones alargan y hacen lenta la clase, adquieren mayor valor si son dirigidas de forma estratégica a ciertos alumnos y guiados por una pregunta de alto nivel, evitando generalidades o protagonismos; no verbales, a través de gestos sencillos que les hagan participar de forma más constante; y las interacciones digitales, las cuales se logran a través de diversas páginas y aplicaciones que hoy por hoy se multiplican y desarrollan por doquier, es aquí donde el uso del chat puede ser de mucha utilidad para “escucharles” a todos, siempre y cuando ya puedan escribir.

¿Qué sería de un niño que no recibe la retroalimentación de alguien más, con una caricia, una mirada o una sonrisa?, ¿no se sentiría abandonado o poco valorado?, ¿podría perder el gusto por realizar las actividades?

Recordemos que la no interacción hace que el que está aprendiendo no conozca si su procedimiento, su comentario o su resultado es válido, lo cual provoca la desconexión y el surgimiento de actitudes de poco interés o aburrimiento. Pensemos por un momento, ¿qué sería de un niño que no recibe la retroalimentación de alguien más, con una caricia, una mirada o una sonrisa?, ¿no se sentiría abandonado o poco valorado?, ¿podría perder el gusto por realizar las actividades? Traslademos esto al mundo de los adultos, ¿qué pasaría con un empleado que pasa desapercibido y solo de vez en cuando recibe una retroalimentación de su trabajo?, ¿podría disminuir su motivación y compromiso? Recordemos el experimento Still face, que nos recuerda lo importante del apego afectivo para el desarrollo personal y el cual se construye con la interacción constante. No olvidemos que enseñar no es una técnica, sino una relación.

En estos tiempos, con mayor o menor medida, los niños y adolescentes están enfrentando una situación cargada de miedo, tristeza e incertidumbre, situaciones que carcomen el alma humana. Por lo tanto, es vital recuperar y mantener las rutinas de la vida, pues éstas dan certeza de continuidad. Esto es igual de necesario en las clases virtuales. En la medida que puedan construirse horarios regulares, va creando esta sensación. Al hacer esta planeación, es necesario tener muy claro los periodos de atención que puede mantener un niño o adolescente frente a un solo estímulo y buscar que las actividades, sean cuales sean, no suplen este tiempo, pues de ser así la desconexión es inevitable. Por lo tanto, es necesario que haya diferentes momentos en la misma sesión como: observar la pantalla y escuchar, resolver algo en papel y lápiz, leer de forma personal, etc.

Otro elemento al que hemos de atender, es cuidar la ergonomía del aprendizaje, es decir, cuidar el tiempo que los alumnos pasan en una sola posición, generalmente sentados frente al dispositivo; así como su higiene visual, pues mantener la mirada sobre la superficie de la pantalla y con poco movimiento representa un peligro para posibles problemas de vista, en el presente o en el futuro. Para atender ambos elementos es necesario realizar ciertos ejercicios de movimiento físico y ejercitación visual. Recordemos que, en general, los niños están tomando las clases virtuales sin contar con un mobiliario diseñado para tal fin.

Los buenos maestros de los extraordinarios, incluso de los malos, se diferencian en realidad por la habilidad de gestionar el aula; pues casi todos los maestros tienen acceso a recursos adecuados y comparten habilidades básicas, sin embargo, la gestión del aula hace la diferencia. En las clases virtuales la gestión del “aula” es más complicada aún y se dejan ver las áreas de oportunidad con mayor fuerza o claridad. De las prácticas exitosas que hemos podido ver funcionar en clases virtuales están:

  • Límites claros y consistentes, que marque aquello que es esperable y hacer notar aquello que no ayuda a que todos aprendan. La gestión del aula no puede privilegiar al que más habla o al que menos se autorregula, pues afecta el proceso de todos.
  • Las rutinas claras y consistentes, que permiten automatizar ciertos elementos y actividades, las cuales después se realizan sin mayor esfuerzo y ayudan enormemente a la eficiencia de la sesión.
  • Los códigos, que pueden ser verbales o no verbales, que advierten una indicación y especifican una tarea por realizar. Es importante que estos códigos se pidan una sola vez y se de tiempo para que se cumplan por todos. Son una oportunidad interesante de formar la autonomía.
  • El manejo del tiempo, que siendo una de las realidades que nos afecta a todos y es un recurso no renovable, el arte de la eficiencia está en el adecuado uso de este recurso. En las sesiones es conveniente marcar, y hacerles ver a los alumnos, cuanto tiempo tienen para realizar alguna actividad. Es conveniente que el transcurrir de este tiempo esté a la vista de los alumnos, para que mantenga la tensión creativa y esto permita que la clase fluya. Los educadores solemos tener muy claros estos parámetros esperados, pero en pocas ocasiones se los hacemos saber a los que aprenden.

Los colegios que han formado en sus alumnos la autonomía y la autorregulación han visto los frutos de este esfuerzo durante las clases virtuales; y aquellos que han desarrollado alumnos dependientes, a nivel intelectual o social, se han visto aún más desgastados y han mostrado pobres avances en el aprendizaje. Si bien es cierto que los educadores buscamos desarrollar estas cualidades, recordemos que también se forman exigiendo el cumplimiento de los parámetros que buscan el bien común en el aprendizaje, como es: saber guardar silencio, esperar turno y respetarlo, saber escuchar sin interrumpir, etc. Para lo cual se necesita recordarlo y también corregirlo, pues en general, quien no tiene autocontrol tampoco tiene autoconciencia de las consecuencias de sus actos y viceversa.

Una de las actividades que más extrañan los alumnos de la escuela, es encontrarse con sus compañeros para compartir el aprendizaje, las dudas, las estrategias, etc., por lo que es conveniente abrir espacios para trabajar en pequeños grupos de forma gradual y progresiva. La mayoría de las plataformas utilizadas en esta modalidad permiten de manera sencilla crear grupos pequeños. En ocasiones los educadores no lo permitimos por miedo a “perder el control” de las clases, pero no nos damos cuenta de que estamos perdiendo a los alumnos cuando la sesión se hace muy lenta. Se pierden cada uno en su isla de aburrimiento. Por lo anterior, es vital abrir estos espacios para compartir con dos o tres compañeros. Entre las claves del manejo de sesiones pequeñas están:

  • Que los alumnos tengan muy claro el objetivo y/o indicaciones de lo que tienen que hacer en estos espacios, para que no se convierta en una pérdida de tiempo dividida en pequeños grupos.
  • El número de integrantes es otra clave, donde es conveniente ir poco a poco, comenzando con parejas y llegar hasta no más de 5, pues una vez que aprendan cómo trabajar en estos espacios, podrán ir gestionando con mayor facilidad la presencia de más compañeros.
  • El manejo del tiempo es aún más importante en estas sesiones en pequeños grupos, donde al principio ha de ser muy corto y con algo muy sencillo como compartir la opinión o comentario de algo, hasta poder compartir estrategias, dudas, respuestas o investigaciones.
  • La asignación de roles también puede ser útil, pues al asignar ciertas responsabilidades a los alumnos se muestran más comprometidos y son más capaces de gestionarse al interior de la sesión. Entre los roles puede haber un moderador, un apuntador o secretario (quien compartirá la conclusión del equipo al regresar a la sesión general), el responsable de vigilar el tiempo, entre otros.

Tenemos muy claro y es bien conocido, que uno de los niveles más altos del aprendizaje es la actividad, pues un cerebro pasivo no aprende, es decir, poner manos a la obra. Es aquí donde dos conceptos pueden ampliar este punto. En el aprendizaje se pueden llevar a cabo dos tipos de actividades, por catalogarlas fácilmente, aquellas que son lineales y las que son simultáneas. Las primeras, son actividades en donde solo uno es el agento activo del aprendizaje, por ejemplo, solo escuchar a otro o “poner atención” a una explicación; en el lado opuesto de la ecuación están las actividades simultáneas, aquellas en las que, por definición, todos hacen algo al mismo tiempo. Como leer coralmente, resolver algún ejercicio de forma personal o colaborativa, etc. Cuando la clase se torna preponderantemente lineal, suele tornarse aburrida y lenta para aquellos que no están activos. Lo ideal es lograr un equilibro entre estos dos tipos de actividades y vigilar que la ecuación no se mueva inercialmente a una clase lineal. La pregunta que puede detonar la reflexión en este punto podría ser: en esta actividad, ¿cuántos alumnos pueden estar realmente activos haciendo algo?, ¿cómo puedo convertir esta actividad en simultánea?

Otra de las claves está en el equilibrio entre los sincrónico y lo asincrónico, donde la preminencia de uno de los dos es un error desde el inicio, pues si todo se quiere trabajar de forma sincrónica es monótono, desgastante y lento, si todo se confía a lo asincrónico se crea la sensación de aprendizaje sin acompañamiento. Siendo que de lo sincrónico ya hemos hablado mucho, mencionaré dos elementos interesantes para lo asincrónico: primeramente, considerar que el que aprende debe entender el para qué de lo que está haciendo individualmente, ya sea prepararse para la sesión siguiente o mostrar lo que ha aprendido en la sesión, permitiéndole ejercitar, afinar, detallar, profundizar, lo ya abordado. La otra cualidad es que estas actividades sean autónomas, es decir, que los que aprenden, puedan realizarlas con menor intervención de los padres. Se entiende que entre más pequeños más apoyo reciben, pero no pueden terminar supliendo lo que ellos podrían o deberían hacer. Al diseñar estas actividades nos podríamos preguntar: ¿realmente lo pueden hacer solos?, ¿qué tanto apoyo necesitará?, ¿el apoyo que requiere la actividad suplirá el proceso de aprendizaje?

Llegado a este punto y cerca del final, creo que todos nos hemos preguntado gracias a esta crisis: ¿qué tan importante es lo que aprendían?, ¿todo lo que aprendían sigue siendo vital o era simplemente útil o conveniente? En otras palabras, ¿en qué momento dejamos que el diseño curricular se sobrecargara de cosas no esenciales? Por lo anterior y ante las limitaciones de este formato virtual, habrá que evaluar y jerarquizar los aprendizajes, separando aquellos que son esenciales de los útiles o convenientes, dando más espacio y tiempo a los primeros y “sacrificando” aquellos que incluso se podrán aprender más adelante o incluso podrían sobrevivir sin saberlo. Y al decir sacrificar, no significa no abordarlos jamás, sino hacerlo de forma más expedita y concreta o incluso a nivel superficial. La situación que atravesamos es una excepción a la regla. Esta misma reflexión podría caber para el enfoque de algunas asignaturas. Y preguntarnos: ¿qué aporta a la vida de los niños y jóvenes esta materia y este aprendizaje?

Hoy, la ciencia nos brinda elementos interesantes sobre el aprendizaje, especialmente la neurología. En ocasiones ratifica lo que hacemos y en otros casos lo contradice. Un dato interesante es que el cerebro no aprende aquello a lo que no le encuentra sentido y mucho menos si no tiene significado, no se conecta con su vida. Recordemos que todo aprendizaje debe responder a una necesidad presente o futura. Creo que el reto estriba en la habilidad docente de “vender” el aprendizaje, haciéndolo ver como útil para su vida, partiendo desde la experiencia del que aprende y que aquello que se le propone aprender le permitirá entender mejor el mundo en el que vive. Por otro lado, es igual de importante que el alumno comprenda de dónde viene el aprendizaje (los prerrequisitos) y a dónde va, qué se espera que aprenda; con esto lograremos darle lógica a su actividad. De no ser así, su mente lo elimina pronto al encontrarlo inconexo o ilógico. Es un principio de evolución y funcionamiento neurológico.

Para terminar esta reflexión. El colegio, y toda institución educativa, aporta a la sociedad un espacio seguro y maravilloso para encontrarse con los otros y compartir el juego, el aprendizaje, los espacios, etc., (no enlisto más porque lloro) y es tal vez lo que ellos más extrañan y lo que necesitan (me queda claro que los maestros también). Es el lugar mágico donde pueden ser, sin la mirada amable y en ocasiones controladora de nosotros los padres. Se dice que los alumnos son libres de buscar a sus compañeros por estos medios electrónicos para “convivir” y “compartir”, que dada la situación esto es bálsamo refrescante; sin embargo, no es fácil que ellos lo provoquen y tampoco los padres de familia; por lo anterior, sería un sueño hecho realidad que el colegio organice sesiones de convivencia entre alumnos, donde se puedan crear, recrear y construir relaciones que alimentan el alma; y dan sentido de comunidad al aprendizaje. Nosotros los padres necesitamos del apoyo del colegio, pues como en muchas actividades en la escuela, los educadores hacen juegos organizados para comenzar y provocar la convivencia que no sucede siempre de forma espontánea. Estos encuentros no serán sino espacios para conocer, compartir, escuchar, reír… vivir y convivir.

Como conclusión, esta crisis ha exacerbado los restos que ya existían. A los alumnos que les costaba trabajo aprender, ahora les cuesta más; y aquellos que les era fácil les sigue siendo fácil. La esperanza está depositada en los educadores comprometidos, recuerden que cuando la fuerza se agota, surge la fortaleza.

Agradezco a nombre de niños y adolescentes todo su esfuerzo y entrega.

Eugenio Fernández de Castro